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La Torah.

Acerca del Sanedrín judío que condenó a Jesucristo.

El Talmud, el libro sagrado de los judíos, disponía que en el caso de que el Sanedrín, Corte Suprema, condenara al inculpado por unanimidad este debiera ser puesto en libertad.

9 de febrero de 2017

Los académicos españoles Carlos Berbell y Yolanda Rodriguez publicaron recientemente “¿Qué era y en qué consistía el Sanedrín judío que condenó a Jesucristo?”
Sostienen en la columna que en las primeras civilizaciones, las funciones de juez y de sacerdote se confundían, o estaban fundidas, en la misma persona o personas. De ahí que la puesta en escena de los juicios, su liturgia, su organización, los ropajes que se utilizan, guarden cierta reminiscencia religiosa.
Un buen ejemplo de ello es el llamado Sanedrín, la asamblea o consejo de ancianos del pueblo de Israel. Estaba compuesto por un mínimo de 23 jueces y un máximo de 71. Y eran 71 porque la Biblia dice que Dios dijo a Moisés en el desierto: “Coge 70 de entre los ancianos de Israel y haz la Asamblea de Israel”.
Enseguida, indican que el Sanedrín era, de hecho, la Corte Suprema de la ley judía cuya misión era administrar justicia interpretando y aplicando la Torah, la ley sagrada. Era competente en asuntos religiosos, penales y civiles. Aunque el Sanedrín podía entender de las causas que le eran propias no podía condenar a nadie a muerte.
De acuerdo con juristas como Luis Joaquín Garrigues, el Sanedrín era uno de los sistemas judiciales más perfectos que ha conocido la Humanidad. También de los menos comprendidos como lo prueba el hecho de que se diga que Jesucristo, en su juicio, no dispuso de abogado defensor. Y es lógico que se diga porque en aquella época no existían los abogados defensores que conocemos hoy.
La función de la defensa, al igual que la de la acusación, estaba integrada en el propio Sanedrín. Los jueces se repartían ambas funciones siguiendo reglas muy estrictas.
Así también, exponen, para absolver al acusado se requería mayoría simple, es decir, 36 jueces, y la sentencia se pronunciaba al final del juicio. Si la sentencia era condenatoria, se requerían 37 jueces, uno más que en la absolución, y se pronunciaba in voce, en público, al día siguiente.
La espera de un día era para que los jueces defensores pudieran convencer a los acusadores de la inocencia del inculpado.
El Talmud, el libro sagrado de los judíos, disponía asimismo que en el caso de que el Sanedrín condenara al inculpado por unanimidad este debiera ser puesto en libertad. Esto que parece una contradicción, tiene su lógica. Porque la unanimidad implica que durante la noche de reflexión no se ha producido discusión alguna entre los jueces, con lo cual no se han respetado las garantías que deben rodear el enjuiciamiento y, por consiguiente, tiene que ser anulado.
Si hubiera existido dicha unanimidad, Jesús hubiera tenido que haber sido puesto en libertad obligatoriamente, concluyen los académicos.

 

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