Por Esteban Ibarra, especialista en Derechos Humanos y delitos de odio.
La liberación del campo de exterminio de Auschwitz se produjo el 27 de enero de 1945. Hubo de transcurrir 60 años hasta que, el 1 de noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución A/RES/60/7, en la que proclamó el 27 de enero como Día Mundial de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto y Prevención de Crímenes contra la Humanidad, señalando esta fecha de liberación por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau (Polonia).
Pensaba la comunidad internacional que, después del Holocausto, el antisemitismo desaparecería para siempre. Sin embargo, no ha sido así.
El antisemitismo, virus que conlleva la negación existencial del pueblo judío, no ha tenido su punto final porque es un virus que muta y, desde 1948, ha incorporado la negación del derecho a existir del Estado de Israel, legitimando sus agresiones mediante el disfraz de “antisionismo”.
Un virus que se adapta a todos los tiempos, a todos los hechos malignos, incluido el COVID, señalando “al judío” como el origen de daños a la humanidad.
La negación de la persecución y exterminio de los judíos de Europa, algo insostenible y condenable —aunque actualmente algunos lo sostienen—, ha evolucionado a posiciones más sutiles que trivializan los hechos y banalizan este horror.
La negación del Holocausto se refiere específicamente a todo intento de afirmar que el Holocausto/la Shoah no ocurrió.
Y con la distorsión del Holocausto se refiere, entre otros aspectos, a: excusar o minimizar el impacto del Holocausto o sus elementos principales, los intentos por culpar a los judíos de causar su propio genocidio o a las declaraciones que sugieren que el Holocausto no fue lo suficientemente lejos en lo que respecta a lograr su meta de encontrar la “Solución Final de la Cuestión Judía”, entre otros.
“Holocausto” es una palabra de origen griego, que significa “sacrificio por fuego”. El Holocausto (Shoá, en hebreo, o “la solución final”, como lo llamó el régimen nazi) fue la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado, de aproximadamente seis millones de judíos —hombres, mujeres, niñas y niños— por el gobierno nacionalsocialista de Adolf Hitler y sus colaboradores, a los que sumó varios millones de personas más que consideró vidas sin valor de ser vividas (gitanos, homosexuales, opositores…).
La Asamblea de Naciones Unidas, aprobaba el 9 de diciembre de 1948, en su resolución 260 A (III), la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, entrando en vigor, el 12 de enero de 1951, donde definía que entiende por este crimen “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal” (artículo 2), a continuación describía los actos y señalaba que “las personas que hayan cometido genocidio o cualquiera de los otros actos enumerados en el artículo III, serán castigadas, ya se trate de gobernantes, funcionarios o particulares” (artículo 4).
Y los hechos muestran que no se conoce genocidio alguno donde se avise para proteger a civiles que son usados como “escudos humanos” antes de atacar un edificio utilizado por terroristas o que existan corredores humanitarios y se alcance un alto el fuego.
En cuanto al resto de crímenes que se puedan estar cometiendo por ambas partes en esa guerra, analícese objetivamente desde el rigor de las leyes internacionales.
Este uso abusivo de la expresión que estigmatiza al conjunto del pueblo judío y a su entorno, añadiendo la calificación de “complicidad genocida” al usarlo como arma agresiva, es un discurso de odio antisemita por dañar su dignidad colectiva e incitar directa o indirectamente al odio, la discriminación, la hostilidad y la violencia.
Y aún más grave, cuando banalizan su alcance y lo comparan con la Shoá diciendo que “los judíos hacen con los palestinos lo mismo que Hitler con ellos”, se vuelve a cometer otro delito claramente tipificado en los códigos penales de las democracias.
No obstante, más allá de las manipulaciones de la propaganda distorsionadora, siempre quedará la Memoria del horror.
EL ANTISEMITISMO HA IDO MUTANDO
El antisemitismo hoy es global, ha ido mutando y está presente a nivel mundial, es integral y transversal a las ideologías. Incorpora y mezcla elementos religiosos, raciales, culturales, identitarios, conspiranoicos, fantasiosos y, sobre todo, políticos.
Desde 1948, año de reconocimiento de Israel como Estado, el antisemitismo se muestra negándole su derecho a existir.
Se basa en una animadversión incluso radicada en un rechazo existencial, como manifiestan los líderes religiosos iraníes o la misma acción de masacre terrorista de Hamás el 7 de octubre, causante de la guerra.
En sentido profundo, el antisemitismo es una forma específica de intolerancia, de irrespeto, desprecio, rechazo y de negación, que refiere a conductas que van desde la estigmatización, segregación, discriminación, hostilidad, violencia y crímenes de odio, masacres terroristas, hasta el Holocausto.
Supone una cosmovisión que culmina, cuando menos, en exclusión total o, como ha demostrado la historia reciente, en exterminio planetario.
Insistía Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la Paz, en recordar, por la seguridad de todos, que “la memoria puede ser nuestra única respuesta, nuestra única esperanza de salvar al mundo del castigo final”. Y añadía que “sin memoria, el ser humano entra en una soledad de silencio e indiferencia”, para sentenciar que “quien no recuerda pierde su humanidad”.