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Los juicios de residencia: así combatía el imperio español la corrupción entre sus funcionarios

El proceso de residencia se iniciaba inmediatamente después de que el funcionario cesara en su cargo. Un juez designado por la Corona se desplazaba a la jurisdicción correspondiente. Allí iniciaba una fase secreta, que comprendía la recopilación de pruebas y testimonios sin que el funcionario pudiera conocer los detalles de la acusación ni defenderse en esta etapa.

6 de febrero de 2025

La lucha contra la corrupción es un desafío permanente en cualquier sociedad. En España, los esfuerzos por combatir este fenómeno han evolucionado a lo largo del tiempo, pasando de sistemas de control administrativo en la era imperial a mecanismos de transparencia y rendición de cuentas en la actualidad.

Sin embargo, la cuestión fundamental persiste: ¿cómo se puede garantizar que los funcionarios actúen con integridad y en beneficio del interés público?

A lo largo de la historia, las instituciones han diseñado métodos para supervisar el desempeño de sus autoridades.

Uno de los ejemplos más ilustrativos es el juicio de residencia, un sistema desarrollado durante la expansión del Imperio español que, a pesar de sus limitaciones, sentó las bases de lo que hoy consideramos mecanismos de fiscalización gubernamental.

Durante la Edad Media y la consolidación de los reinos ibéricos, esta práctica fue adoptada en Castilla y Aragón, evolucionando hasta convertirse en una política formalizada por los Reyes Católicos en las Cortes de Toledo de 1480, en las Ordenanzas Reales. En 1500 dictaron la «Instrucción de Corregidores y Jueces de Residencia». Posteriormente la Nueva Recopilación de 1567 reguló su aplicación en los Virreinatos y en la península.

El propósito de estos juicios era claro: supervisar, para prevenir la corrupción y los excesos, de gobernadores, virreyes, corregidores y otros altos cargos al finalizar su administración, garantizando que hubieran actuado conforme a la ley y sin incurrir en abusos de pode.

En una época en la que la comunicación con los territorios ultramarinos era lenta y la supervisión directa resultaba inviable, este mecanismo representaba un esfuerzo por preservar la autoridad de la Corona y reforzar la confianza en la administración pública.

CÓMO ERAN LOS JUICIOS DE RESIDENCIA

El proceso de residencia se iniciaba inmediatamente después de que el funcionario cesara en su cargo. Un juez designado por la Corona se desplazaba a la jurisdicción correspondiente. Allí iniciaba una fase secreta, que comprendía la recopilación de pruebas y testimonios sin que el funcionario pudiera conocer los detalles de la acusación ni defenderse en esta etapa.

A esta seguía una fase pública en la que se formulaban cargos contra el funcionario, quien podía presentar su defensa. En esta etapa los ciudadanos podían presentar acusaciones denominadas «capítulos» contra el residenciado; denuncias sobre posibles irregularidades, tales como malversación de fondos, abuso de poder o ineficacia administrativa.

La recopilación de pruebas incluía testimonios bajo juramento, documentos oficiales y otros indicios que permitieran construir un expediente sólido.

Una vez concluida la investigación, el juez dictaba sentencia, pudiendo absolver al acusado o imponer multas, inhabilitación para ejercer cargos públicos e incluso el embargo de bienes.

Por otra parte, si el funcionario era absuelto, se le declaraba «recto y buen ministro» y podía aspirar a cargos de mayor rango​.

La lucha contra la corrupción es un desafío permanente en cualquier sociedad. En España, los esfuerzos por combatir este fenómeno han evolucionado a lo largo del tiempo, pasando de sistemas de control administrativo en la era imperial a mecanismos de transparencia y rendición de cuentas en la actualidad.

Sin embargo, la cuestión fundamental persiste: ¿cómo se puede garantizar que los funcionarios actúen con integridad y en beneficio del interés público?

A lo largo de la historia, las instituciones han diseñado métodos para supervisar el desempeño de sus autoridades.

Uno de los ejemplos más ilustrativos es el juicio de residencia, un sistema desarrollado durante la expansión del Imperio español que, a pesar de sus limitaciones, sentó las bases de lo que hoy consideramos mecanismos de fiscalización gubernamental.

ORIGEN DE LOS JUICIOS DE RESIDENCIA

Los juicios de residencia surgieron como una respuesta a la necesidad de controlar a los altos funcionarios de la Corona española, especialmente en un territorio tan vasto y lejano como América.

Su antecedente más remoto se encuentra en el derecho bizantino y, posteriormente, en EL Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, donde se estableció que los jueces debían rendir cuentas al término de su mandato.

Durante la Edad Media y la consolidación de los reinos ibéricos, esta práctica fue adoptada en Castilla y Aragón, evolucionando hasta convertirse en una política formalizada por los Reyes Católicos en las Cortes de Toledo de 1480, en las Ordenanzas Reales. En 1500 dictaron la «Instrucción de Corregidores y Jueces de Residencia». Posteriormente la Nueva Recopilación de 1567 reguló su aplicación en los Virreinatos y en la península.

El propósito de estos juicios era claro: supervisar, para prevenir la corrupción y los excesos, de gobernadores, virreyes, corregidores y otros altos cargos al finalizar su administración, garantizando que hubieran actuado conforme a la ley y sin incurrir en abusos de pode.

En una época en la que la comunicación con los territorios ultramarinos era lenta y la supervisión directa resultaba inviable, este mecanismo representaba un esfuerzo por preservar la autoridad de la Corona y reforzar la confianza en la administración pública.

CÓMO ERAN LOS JUICIOS DE RESIDENCIA

El proceso de residencia se iniciaba inmediatamente después de que el funcionario cesara en su cargo. Un juez designado por la Corona se desplazaba a la jurisdicción correspondiente. Allí iniciaba una fase secreta, que comprendía la recopilación de pruebas y testimonios sin que el funcionario pudiera conocer los detalles de la acusación ni defenderse en esta etapa.

A esta seguía una fase pública en la que se formulaban cargos contra el funcionario, quien podía presentar su defensa. En esta etapa los ciudadanos podían presentar acusaciones denominadas «capítulos» contra el residenciado; denuncias sobre posibles irregularidades, tales como malversación de fondos, abuso de poder o ineficacia administrativa.

La recopilación de pruebas incluía testimonios bajo juramento, documentos oficiales y otros indicios que permitieran construir un expediente sólido.

Una vez concluida la investigación, el juez dictaba sentencia, pudiendo absolver al acusado o imponer multas, inhabilitación para ejercer cargos públicos e incluso el embargo de bienes.

Por otra parte, si el funcionario era absuelto, se le declaraba «recto y buen ministro» y podía aspirar a cargos de mayor rango​

Es importante destacar que estos juicios no solo buscaban la sanción de los responsables, sino también generar un efecto disuasorio en otros funcionarios.

Como señala el historiador Manuel Lucena Giraldo, «los juicios de residencia constituyeron una de las primeras formas institucionales de control administrativo, cuyo éxito dependía en gran medida de la imparcialidad de los jueces designados para llevarlos a cabo».

CASOS EMBLEMÁTICOS

A lo largo del periodo colonial, varios juicios de residencia marcaron precedentes en la historia administrativa del Imperio español. Algunos de los más emblemáticos, y tempranos, fue el que llevó a cabo Francisco de Bobadilla contra Cristóbal Colón en 1500 en la isla La Española (lo que hoy es República Dominicana y Haití) para investigar las quejas contra el Almirante y su familia. Como resultado, Colón fue arrestado, encadenado y enviado a España. Aunque los cargos en su contra no fueron concluyentes, perdió el control de los territorios descubiertos.

Otro juicio de residencia histórico fue el que se llevó a cabo contra Hernán Cortes, conquistador de México. Las acusaciones interpuestas contra su persona incluían abusos de poder, desobediencia a la Corona y malversación de bienes, por supuestamente haberse quedado con parte del quinto real que había que mandar al Rey.

El proceso duró siete años, entre 1529 y 1536 y aunque el conquistador no fue encarcelado ni perdió todos sus bienes, su influencia política disminuyó significativamente. Al final de su vida se retiró a sus propiedades en México. Allí pasó sus últimos años intentando obtener el reconocimiento y los beneficios que consideraba merecidos-

Un episodio significativo fue el de Sebastián de Benalcázar, destacado conquistador y fundador de ciudades como Quito, Cali y Popayán, quien tuvo que enfrentar un juicio de residencia en 1550 debido a diversas acusaciones relacionadas con su gestión como gobernador.

A De Benalcázar se le acusó de haber ordenado la ejecución del mariscal Jorge Robledo, con quien mantenía disputas territoriales y de autoridad en la gobernación de Antioquía. También le imputaron abusos y explotación de las poblaciones nativas bajo su jurisdicción y de haber «distraído» fondos de la Corona para fines personales y sin la debida justificación.

El juez de residencia, en este caso, fue Francisco Briceño, quien llegó a Cali en 1550. El procedimiento se caracterizó por su severidad y confidencialidad. Tras evaluar 35 cargos en su contra, De Benalcázar fue condenado a la pena de muerte. Este apeló la sentencia ante el Consejo de Indias. Para tal fin, se le permitió viajar a España para defenderse. Sin embargo, durante el trayecto enfermó y falleció en Cartagena de Indias el 30 de abril de 1551, antes de poder defender su caso en la metrópoli.

Su muerte impidió que se revisara la sentencia.

Francisco Álvarez de Toledo, quien ocupó el puesto de virrey del Perú entre 1569 y 1581, uno de los eficaces administradores de la historia, tuvo que enfrentar acusaciones por la dureza en la implementación de las reducciones indígenas y la represión de rebeliones. Se le impusieron ciertas sanciones si bien se reconoció su labor organizativa.

El visitador de la Nueva España (el actual México), José de Gálvez, fue acusado de abuso de poder y enriquecimiento ilícito, pero fue absuelto. Y más tarde fue promovido al cargo de secretario de Indias, lo que puso en evidencia la influencia política en estos procesos.

Estos ejemplos reflejan tanto la efectividad como las limitaciones del sistema. Si bien los juicios de residencia permitieron sancionar a algunos funcionarios corruptos, en muchos casos, los factores políticos y administrativos influyeron en los resultados finales.

Los juicios de residencia comenzaron a perder relevancia hacia finales del siglo XVIII, en el marco de las reformas borbónicas, cuando se intentaron introducir nuevos sistemas administrativos más eficientes y menos personalizados. Continuaron aplicándose hasta las primeras décadas del siglo XIX.

Con la crisis del Imperio español y las independencias de las colonias americanas, el juicio de residencia dejó de ser operativo.

En España, el proceso desapareció formalmente con la abolición del Antiguo Régimen y la transición hacia una administración moderna bajo el influjo de las ideas liberales en el siglo XIX.

LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN: PARALELISMOS CON LA ACTUALIDAD

Si trasladamos esta estructura de control al presente, podemos identificar similitudes con los actuales mecanismos de rendición de cuentas, tales como auditorías gubernamentales, comisiones de investigación y juicios por corrupción.

No obstante, persisten los mismos desafíos: la efectividad del sistema depende de la independencia de los organismos de control y de la existencia de sanciones proporcionales a la gravedad de las infracciones.

En España, los escándalos de corrupción han llevado a la implementación de leyes más estrictas sobre transparencia y financiación de partidos políticos. Sin embargo, la percepción ciudadana sigue siendo crítica.

La pregunta que surge es si las medidas actuales son suficientes o si sería necesario fortalecer aún más los controles sobre los altos cargos públicos.

¿Podrían los juicios de residencia, modernizados y adaptados a nuestra realidad, ofrecer una solución adicional para combatir la corrupción y la impunidad?

El juicio de residencia fue una herramienta innovadora para su época, concebida para garantizar que los funcionarios respondieran por sus actos al término de su mandato.

Aunque imperfecto, representó un intento temprano de institucionalizar la rendición de cuentas y prevenir la corrupción en un imperio caracterizado por la vastedad de sus territorios y la dificultad de supervisión directa.

Hoy, la lucha contra la corrupción sigue siendo una prioridad en cualquier democracia. La historia nos muestra que la existencia de controles efectivos es indispensable para garantizar la confianza ciudadana en las instituciones.

La verdadera clave en nuestros días radica en la independencia de los mecanismos de fiscalización y en la voluntad política para aplicarlos sin distinciones. Solo así se podrá consolidar un sistema en el que la rendición de cuentas sea una realidad tangible y no una mera formalidad.

 

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