Las reiteradas rebeldías al sistema internacional protagonizadas por potencias como Rusia y China, e imitadas por varias otras, ha traído consecuencias para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Hemos comentado asiduamente este punto, así como la virtual paralización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas frente a los más graves conflictos. Como una demostración de lo dicho, y gracias al siempre excelente Resumen Informativo de ADICARE (Asociación de Diplomáticos de Carrera en Retiro), podemos mencionar los recientes temas analizados por el Consejo: evitar la gobernanza fragmentada; renovación de la Misión de Estabilización en la Rep. Democrática del Congo; fuerzas terroristas en el Sahel y África Occidental; extensión de la Fuerza de Observación del Golán; presentación del Alto Comisionado para el desarme sobre los muertos civiles en Ucrania; suministro de armas a Kiev por países occidentales; seguridad en Haití. Por cierto son temas muy importantes. Sin embargo, no abordan ni resuelven precisamente los más urgentes casos bélicos, pues el Consejo no está en condiciones de hacerlo.
El resultado consecuente ha sido el deterioro de la convivencia internacional, donde crecen los caudillismos ojalá permanentes, y capaces de trasgredir las normas vigentes al no existir la capacidad del Consejo de actuar, como tampoco del resto de los Estados Miembros, limitándose a adoptar en la Asamblea General o en sus órganos, resoluciones sin poder decisorio, sólo como recomendaciones testimoniales. En consecuencia, se alienta la impunidad para los responsables, y lo que es más grave, la tendencia a repetir tales hechos por otros países al no sufrir mayores sanciones. En definitiva, es el sistema el que queda dañado seriamente y superado por los hechos.
No fueron pocas las voces en la reciente 79ª. Asamblea General, que sostuvieron la necesidad de reformar la composición del Consejo de Seguridad, así como algunos que, derechamente, propiciaron una revisión del sistema de la Carta, con críticas profundas ante lo que casi unánimemente se considera una etapa de crisis de la organización, que debe ser abordada.
Ante la situación imperante y la falta de acciones correctivas eficaces, podemos constatar que comienzan a proliferar estas conductas transgresoras. En algunos casos, con poca incidencia en los grandes asuntos mundiales, pero siempre con la potencialidad de agravarse e involucrar a más actores. En definitiva, no sólo es el poderío del responsable o la importancia del infractor, a excepción de que sea una potencia mundial, sino en que ha sido posible hacerlo sin contención ni consecuencias para la comunidad de naciones. Es el sistema el que se torna ineficaz.
A lo anterior y en vista de que pueden continuar operando, se pueden añadir más objetivos. Me refiero a la expansión territorial y su anexión, violando la integridad territorial o la independencia política de los Estados (Art. 2.4 Carta). Es lo que buscan quienes amenazan o agreden, y que usualmente ocurre en casi todas las guerras. Un punto esencial del derecho internacional, que ha evolucionado en el tiempo, siendo uno de sus pilares fundamentales. Hay indicios preocupantes.
Fue la característica predominante en las guerras a lo largo de la historia, con los resultados trágicos conocidos. Sin embargo, fuere de manera velada o expresado con toda claridad, sigue muy presente. Las agresión de Rusia a Ucrania de hace casi tres años siempre ha tenido el objetivo de anexarla a Rusia, o por lo menos, buena parte de su territorio si no pudiere abarcarlo todo. No hay dudas al respecto, y se ha explicitado por Putin.
Otro tanto sucede con los territorios ocupados ilegalmente a Palestina por Israel, y que continuamente, han sido condenados por la gran mayoría de los países así como por numerosas resoluciones de las Naciones Unidas, incluidas las conocidas 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad. Hay que añadir aquellas aprobadas en la Asamblea General, con motivo de las acciones israelíes en Gaza y Líbano, luego de los ataques terroristas de Hamas y Hezbollha. Al no cesar la respuesta bélica israelí, existe el temor de que insista en apoderarse de tales zonas, lo que ha sido advertido en el organismo.
Otro tanto encontramos por parte de China, su expansión hacia el mar del sur, con islas artificiales, o incumplimiento del laudo arbitral con Filipinas, y sobre todo, las amenazas reiteradas a Taiwán, ejercicios navales y aéreos vecinos, y la reiterada afirmación de que les pertenece. Una posición que no ha variado y que nada indica que podría modificarse.
Son los ejemplos más evidentes, pero debemos agregar los recientes comentarios del electo Presidente Trump. Aseveraciones como, recuperar el control del Canal de Panamá, ante los gastos en reparaciones y creciente presencia de China; o la alusión de un 51º Estado de la Unión integrado por Canadá; y el que Estados Unidos debe “estar en Groenlandia”, no dejan de inquietar. Bien podrán ser aseveraciones con miras a fortalecer una eventual posición negociadora, o ser simplemente bravatas o exabruptos de consumo interno, previos a asumir el 20 de enero.
Cualquiera que sea el propósito, demuestra que en materia de expansión territorial no muestra limitación alguna, al menos en sus declaraciones. En todo caso, no son para nada inocentes, y se agregan a las hechas y reiteradas, desde hace largo tiempo, por los líderes de Rusia y China.
Resulta imposible saber si podrían ser materializadas, o al menos, intentadas como temas incorporados a la política exterior norteamericana de Trump, para demostrar objetivos tentativos, o simplemente para mostrar poder. No es el punto, pues nada sería posible, aunque así lo decidiera, en los sólo y únicos cuatro años de este segundo mandato. Demasiado riesgosas como para cumplir uno de sus objetivos de su campaña; el terminar con las guerras existentes, o no crear otras nuevas. No son compatibles.
En todo caso, es necesario puntualizar que estos propósitos de las grandes potencias, así como los dichos del reelecto presidente norteamericano, sólo son viables porque el sistema mundial no está funcionando como fue planificado y acordado, mostrando debilidades estructurales. Podrían ser inmediatamente aprovechadas por ellos, y peligrosamente inspiradoras para tantos otros que quisieran imitarlas. Se requiere urgente una acción mucho más decidida de parte de la inmensa mayoría de los Estados, que debiera reaccionar ante estas amenazas. No sólo está en juego el sistema en su conjunto, sino que las bases mismas de la convivencia segura y pacífica de todos. (Santiago, 3 de enero de 2024)
Como es habitual un excelente análisis de este experimentado columnista. Concuerdo con sus conclusiones.