Hace algunos años que se va viendo como el panorama político se va deteriorando cada vez más. Las, en teoría, ya consolidadas democracias occidentales han ido abandonando su etimología y significado para pasar a ser democracias “a la carta” del grupo dirigente (y de las minorías a las que sirven).
Esta (triste) realidad se acentúa aún más en los países hispanos. “La Pepa” (primera constitución española, datada del 1812) fue uno de los primeros textos legales a nivel mundial en establecer un régimen democrático. Al independizarse los países hispanoamericanos establecieron regímenes políticos muy similares a los que se habían ido consolidando en diferentes países europeos como Francia o Reino Unido.
Tampoco hay que olvidar que en la época en la que la Hispanidad fue una, se alcanzaron numerosas novedades en el derecho que luego se establecerían como bases legales de todas las democracias contemporáneas, como las aportaciones en el ámbito de los derechos humanos de Francisco de Vitoria, entre otros.
En este sentido, se podría decir que el mundo hispano (tanto unido como separado) fue un pionero de la democracia moderna y los valores que representa, representaba, o de los ideales utópicos que, por lo menos antes, perseguía.
Doscientos años después todo ha cambiado. Varios países hispanos viven bajo el yugo de dictaduras, a otros les queda poco seguir el camino de los anteriores y la mayoría de los restantes viven en esas democracias “a la carta”, en las que los dirigentes velan por un único interés: mantenerse en el gobierno.
Sí, el pueblo puede votar; pero no, no puede elegir a quién, solo a un partido. Los gobiernos pueden aprobar las leyes que a ellos y a su agenda más les convengan sin que los ciudadanos puedan hacer nada, sin que tengan, nunca mejor dicho, “ni voz, ni voto”.
Este 2024 ha sido el perfecto ejemplo de lo que está pasando. Por ejemplo, la separación de poderes, pilar básico de cualquier régimen democrático, se ve difusa en países como España o México; donde, ni los nacionales ni los extranjeros tienen tan claro que en realidad no existan tres poderes, sino solo uno: el ejecutivo.
María Alfonso