El general Roberto Arancibia Clavel, en una carta publicada el 10 de junio en El Mercurio de Santiago, titulada “Pasado el peligro, el soldado es olvidado”, escribió:
«La gente olvida que el general Baquedano no solo fue el gran vencedor en la Guerra del Pacífico, además fue Presidente Provisional de Chile al término de la revolución de 1891».
El decreto de nombramiento rezaba: “Que el ciudadano general de división don Manuel Baquedano reúne, por sus servicios y civismo, condiciones excepcionales de confianza de todos los chilenos para salvar al país de las desgracias que lo afligen y para poner término patriótico decoroso a la contienda”. Mérito suficiente para que vuelva al lugar que le corresponde».
Esta carta me hizo recordar lo escrito por el poeta Marcial en el siglo I de nuestra era: “A Dios y al soldado todos los hombres adoran en tiempos de guerra, y sólo entonces. Pero cuando la guerra termina, y todo vuelve a su cauce, Dios es olvidado y el soldado vituperado”.
Y, también, la situación descrita hace casi dos siglos por Alfred de Vigny en su obra Servidumbre y grandeza militar: “Cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles es un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado a su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.
Adolfo Paúl Latorre
Abogado
Magíster en ciencia política
Así es, sin embargo creo que más que olvidar quien fue Baquedano, un altísimo porcentaje de nuestros compatriotas simplemente lo ignoran.