Desde hace muchos años, más de treinta, septiembre, llamado el mes de la Patria, reflota nuestras diferencias respecto a los acontecimientos que condujeron al quiebre de la democracia.
Esta vez no ha sido la excepción.
Habitualmente las expresiones comienzan con actos de conmemoración de los partidarios de la Unidad Popular, relativamente masivos y con desórdenes de grupos reducidos pero violentos y que no son replicados por quienes sólo tienen un mal recuerdo de esos años o que agradecen en forma más discreta que la peor crisis política del siglo XX haya podido ser superada.
Lo novedoso fue que la juventud de un partido de reciente creación, haciendo uso de su libertad de expresión, haya difundido un video planteando su visión de lo sucedido el 11 de septiembre de 1973, acción que provocó la publicación de una carta firmada por un grupo de personas que se identifican con un partido de la llamada centro derecha, donde se califica dicho video de “lamentable retroceso democrático”.
Posteriormente dicha carta fue contestada por el presidente nacional de dicha juventud, en lo que tituló “nuestra postura”, donde expresa la existencia de una diferencia profunda e insalvable entre las visiones de ambos grupos.
La diferencia básica residiría en que para unos lo sucedido en esa fecha fue una tragedia para Chile y para otros, los autores del video, significó la salvación de nuestra libertad y nuestra democracia.
Adelanto que estoy con quienes sustentan “nuestra postura” ya que, si bien en el sentido griego de lo que es una tragedia, eso fue lo que vivimos durante la Unidad Popular, agotadas todas las vías democráticas, un grupo de hombres de armas asumió la enorme responsabilidad de intervenir, justamente para salvar lo que quedaba de nuestra democracia.
Los subordinados de dichos hombres, salvo contadas excepciones, obedecimos y, con ello, se evitó una división similar a la de 1891 y la consiguiente guerra civil.
Volviendo al primer intercambio de cartas, éste no terminó ahí, ya que se han publicado posteriormente otras, sea abundando en lo ya publicado o exponiendo diversos argumentos, reflejando la imposibilidad de acercar la diferencia inicial, peor aun, ahondándola al recurrir a suposiciones ya desmentidas por los actores del momento, como el plebiscito frustrado por el pronunciamiento o el no acatamiento de los resultados del plebiscito de 1988.
Por respeto al paciente lector, no recurriré a apoyar aquellos argumentos leídos y con los cuales concuerdo, tampoco a rechazar los que no considero válidos, sino que expondré lo que no estuvo presente o no advertí en el intercambio.
Lo primero que me llamó la atención fue la mención a que “el 11 de septiembre hubo cerca de 80 víctimas, entre ejecutados y detenidos desaparecidos”. Asumo que la cifra está respaldada pero no veo entre esas víctimas a los nuestros, sí, a los caídos cumpliendo órdenes y que no eligieron estar ahí donde alguien les dio muerte.
Digo esto porque parecería que ese día, para algunos, nuestros 36 camaradas de las fuerzas armadas y de Carabineros, fallecieron de causas naturales y no por acción de alguien que los enfrentara. [1]
Esas víctimas ignoradas por los autores de la primera carta también tenían una familia que no clamó verdad, justicia y reparación en los tribunales ni sigue hasta el día de hoy enrostrando su muerte a los que sí continúan victimizándose en estas fechas.
Me detengo también en el argumento según el cual un gobierno democráticamente electo no puede ser depuesto, como si bastara con su legitimidad de origen.
A esas personas que posiblemente no habían nacido o eran niños, quisiera recordarles que Salvador Allende fue elegido por el congreso, previa aceptación de su parte de un estatuto de garantías que no cumplió.
En su conocida entrevista con Debray reconoce haberla firmado por “razones tácticas”, vaya cinismo, pero le concedo que, quizás, asumió que, para sus adversarios políticos, la Democracia Cristiana en particular, era sólo un saludo a la bandera para salir del embrollo y votar favorablemente, salvando la cara.
Finalizo mis opiniones con el repetido supuesto deseo del presidente Pinochet de no respetar el resultado desfavorable del plebiscito de 1988, pero que terminó respetando.
Más allá que, en su momento el General Matthei aclaró las cosas, yo podría suponer lo mismo respecto a la intención que se le atribuye al presidente Allende de llamar a un plebiscito en 1973: deseaba hacerlo, pero no lo hizo.
Por lo demás, llamar a un plebiscito de resultado favorable tan improbable, no parece propio de un político avezado como era su caso.
Para terminar una conclusión, perdonando la redundancia:
En este intercambio de visiones irreconciliables la izquierda ha tomado palco y seguramente lo ha disfrutado y sacado cuentas alegres con la división de sus opositores.
Por su parte, los más fieles partidarios del presidente Allende, el Partido Comunista, se abstiene de reprochar a los socialistas, hoy democráticos, su principal responsabilidad en haber bloqueado, junto a otros intransigentes, toda posibilidad de una salida política a la crisis.
Toda una lección.
Humberto Julio Reyes
[1] La verdad olvidada del terrorismo en Chile 1968-1996. El Libro de las Fuerzas Armadas y Carabineros en condición de retiro. 2007. Págs. 83-85.